jueves, 12 de junio de 2025

Comparación de la política criminal de persecución penal y carcelaria de El Salvador y la de Costa Rica.

 

Cuando se habla de política criminal, se habla de poder y se habla de cómo el Estado decide quién debe ser perseguido penalmente, bajo qué criterios, con qué intensidad y con qué propósito, y de acuerdo en este contexto, El Salvador y Costa Rica representan dos caras de una moneda.

Una, está endurecida por la represión sancionaría y el populismo penal; y la otra, tensionada por la moderación legalista, pero no excusada de contradicciones. Esta comparación no pretende caer en simplismos ni estereotipos, sino analizar con mirada crítica y propositiva cómo se construyen las respuestas penales frente a realidades sociales complejas, y qué enseñanzas podrían extraerse de ambas experiencias.

El Salvador, se podría decir que es un experimento autoritario de la "mano dura", desde hace más de dos décadas, El Salvador ha transitado por políticas de “mano dura” y “súper mano dura” como respuesta a la violencia ejercida por pandillas; sin embargo, fue con el actual gobierno de Nayib Bukele que esta política criminal dio un giro aún más extremo.

Un Estado de excepción que ya ha superado los dos años de vigencia y que ha permitido detenciones masivas, la suspensión de derechos fundamentales y la militarización de barrios enteros, la estrategia que utiliza ha sido celebrada por parte de la población salvadoreña, principalmente por la sensación de seguridad inmediata que ha generado.

Pero esta percepción se sostiene sobre un terreno peligrosamente inestable: el debilitamiento de las garantías procesales, el acumulamiento de personas encarceladas a un punto extremo, la represión indiscriminada y la opacidad institucional.

La prisión preventiva se ha convertido prácticamente en regla, no hay excepción, según organizaciones como Human Rights Watch y Cristosal, más de 80,000 personas han sido detenidas desde el inicio del régimen de excepción, muchas sin orden judicial ni pruebas claras, y con dificultades para acceder a defensa legal.

La política criminal salvadoreña, lejos de diferenciar entre grados de responsabilidad penal, ha optado por la lógica del enemigo: quien es sospechoso, es culpable; quien es capturado, debe ser encerrado, y quien cuestiona el sistema, es cómplice.

La cárcel, entonces, no funciona como mecanismo de resocialización ni como último recurso del sistema penal, sino como un instrumento de control político y social. Esto, aunque haya reducido la violencia a corto plazo, plantea enormes riesgos estructurales: ¿qué pasará cuando esas personas salgan? ¿Qué efectos psicológicos, sociales y económicos deja la prisión masiva en comunidades ya vulnerables? ¿Cómo se reinsertan decenas de miles de personas señaladas y sin debido proceso?

Costa Rica, por otro lado, ha intentado mantener un modelo de política criminal más garantista, con un enfoque humanista del derecho penal, al menos en el plano normativo, la Constitución Política, el Código Penal y el Código Procesal Penal reflejan un respeto formal por los derechos humanos y por el principio de intervención mínima.

A diferencia de El Salvador, Costa Rica no ha vivido una crisis de violencia estructural como la de las maras; sin embargo, si enfrenta sus propios retos: el crecimiento del narcotráfico, el aumento del crimen organizado y la sobrepoblación penitenciaria.



La prisión preventiva, aunque regulada por principios de proporcionalidad y necesidad, se utiliza en más de un 15% de los casos penales, y muchas veces se prolonga de forma innecesaria, además, Costa Rica ha llegado a experimentar una tendencia creciente hacia el poder disciplinario selectivo, especialmente en temas de drogas. Las cárceles están saturadas, y los programas de reinserción social son limitados o mal financiados y aunque aún no se ha llegado a los extremos de El Salvador, hay una presión social y política por “mano dura”, sobre todo en contextos electorales.

La Fiscalía General y el Poder Judicial costarricense han defendido históricamente la autonomía y el respeto al debido proceso, pero estas garantías se ven erosionadas por la lentitud procesal, la falta de recursos y la desconfianza ciudadana en la justicia. Hay una necesidad urgente de revisar la política criminal no solo desde la óptica legal, sino también desde una perspectiva integral: prevención, educación, justicia restaurativa y alternativas a la prisión deben convertirse en pilares de una política pública coherente.

Dos modelos en tensión: ¿cuál es el costo real?

La comparación entre ambos países no puede limitarse a sus estadísticas de criminalidad o número de personas presas, esto debe hacerse desde una perspectiva ética, estructural y humana, El Salvador ha sacrificado garantías y libertades fundamentales a cambio de una seguridad aparente, mientras Costa Rica mantiene una fachada garantista que muchas veces no se cumple en la práctica. Ambos modelos están en crisis, aunque por razones diferentes: uno por su autoritarismo abierto; el otro, por su fragilidad institucional y falta de ejecución efectiva.

Lo que debería preocuparnos es que ambos países siguen considerando la prisión como el centro de la política criminal, la persecución penal, en lugar de ser racional y estratégica, responde a impulsos políticos, presiones mediáticas y demandas inmediatas. En este contexto, la pregunta no es solo qué tanto castiga un Estado, sino para qué castiga, a quién castiga y con qué resultados.

Hacia una política criminal centrada en la dignidad humana

Es necesario construir políticas criminales regionales que superen el paradigma carcelario, esto no se trata de ser blandos con el crimen, sino de ser inteligentes y justos. Una política criminal eficaz debe priorizar la prevención social, el fortalecimiento del tejido comunitario, la educación y la inclusión laboral, la cárcel debe ser el último recurso, no la primera respuesta.

Costa Rica podría liderar este cambio si logra consolidar mecanismos de justicia restaurativa, invertir en mediación comunitaria y transformar su sistema penitenciario en uno orientado a la reinserción real. El Salvador, por su parte, necesita regresar al Estado de derecho, desmilitarizar la seguridad pública y reconstruir su sistema judicial desde los derechos humanos, el populismo correctivo solo genera soluciones superficiales, pero deja heridas profundas.

Ambos países tienen una oportunidad histórica: repensar su política criminal no desde la venganza, sino desde la dignidad. No se trata de castigar más, sino de castigar mejor —y, cuando sea posible, evitar castigar.

“Las fuerzas de seguridad salvadoreñas han cometido violaciones generalizadas de derechos humanos desde que, a finales de marzo, se adoptó el régimen de excepción… documenta detenciones arbitrarias masivas, torturas y otras formas de maltrato contra personas detenidas, desapariciones forzadas, muertes bajo custodia y procesos penales abusivos,” señalaron Human Rights Watch y Cristosal.


Referencias Bibliográficas

El Salvador: Abusos generalizados durante el régimen de excepción. (2022). https://www.hrw.org/es/news/2022/12/07/el-salvador-abusos-generalizados-durante-el-regimen-de-excepcion?utm_source

Hell spilling over: Is Costa Rica’s preventive prison system in need of reform? (2016). The Tico Times. https://ticotimes.net/2016/08/09/preventive-prison?utm_source

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